ASÍ SEA
Llegó el día, viernes
veinticinco de enero, salí tomando precauciones, ya que trasladarse desde el
cono norte hasta Chosica, es una larga travesía. Siendo las nueve menos quince salí al
paradero más próximo de la línea amarilla, llegaron dos de estas unidades, subí
a la segunda que estaba medio llena, el tráfico por la avenida Perú hizo que me
retrasara varios minutos. Afortunadamente a las diez y cinco, desde puente
Santa Anita, partía en un auto colectivo rumbo a mi destino, vía Ramiro Prialé,
un nuevo atolladero en Huachipa, pero al entrar a la carretera Central, el
camino se fue despejando. Vaya como ha cambiado la vista en todos estos años, las
entradas a Huaycán, Ñaña y Chaclacayo están repletas de casas, comercios y
transportistas. Once y cinco, estoy a un
último paradero antes de mi destino final, pero hay que tomar a solo un Sol el
mototaxi que en tres minutos me lleva a las puertas de mi alma mater, la
Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle “La Cantuta”.
Al aproximarme me acordé
del señor que nos recibía en la puerta de ingreso y que vendía pan con lomito,
ahora me recibía el vigilante, quien parecía nos esperaba. Luego de
identificarme me señaló el camino, pasando
el comedor a la mano derecha, -cómo sino conociera-. Confieso que el
corazón se me aceleró y un nudo en la garganta empezaba a manifestarse. En esas casi cuatro cuadras llegaron varios
recuerdos: el primer día en el campus al ver mis resultados del examen de admisión
y conocer a Héctor Regalado quien iba por lo mismo, ambos ingresamos, él a
psicología y yo a geografía, también cuando fui a matricularme y en la espera
me complementé con César Cajo, él había ingresado a historia y tuvo la gentileza,
algunos meses después de presentarme a Pilar a quien ya le había puesto el ojo
en las clases de educación física en el circuito de playas, debido a la huelga
de casi un semestre; desde ese día nos saludamos con un gesto de manos y una
leve sonrisita que me dio muy buenos resultados.
Al pasar por el comedor
como olvidar las colas interminables, el no entrar a clases y en mancha hacer
uso de sus instalaciones, al flaco que vendía cubiertos, el popular “cuchara”, las
charlas interminables en las áreas verdes, hasta que alguien advertía que
teníamos alguna clase en la facultad o en el gabinete y con algo de pereza íbamos
a recibirlas. En el aula el ambiente se mantenía, risas, bromas, pero también
preguntas, silencios y buena disposición para escuchar a los profes. En verdad
tuvimos grandes momentos, poco a poco nos fuimos haciendo profesores, pero
sobre todo grandes compañeros, formando una especie de ayllu, con vínculos peculiares
como la afinidad, el carácter, la seriedad, la chacota, pero sobre todo la
aventura, allí están todos los viajes que hicimos a punta de esfuerzo y dedicación.
Entrar a los ambientes de
la facultad fue muy emotivo, ver a mis compañeros y compañeras, saludar y abrazarlos
una experiencia inolvidable, sin duda la mejor de todas, gracias por tanto
cariño promoción Alexander Von Humboldt.
Hicimos un viaje al presente, ya que en verdad el tiempo se detuvo un
diecisiete de diciembre del noventa y tres. Así fue.